lunes, 5 de febrero de 2007

Mala suerte


Nunca creyó en supersticiones. Dos veces rompió espejos por accidente pero no le dio importancia, como jamás tomó en cuenta que se le atravesara un gato negro al conducir.
Manuel tenía dos vicios irremediables: el póquer y el alcohol. Más que a la mala suerte, a eso atribuyó las vicisitudes por las que atravesaba: su esposa le exigió el divorcio, llevaba seis semanas sin empleo y estaba a punto de perder su casa por saldar una deuda de juego.
Desesperado ante las tragedias, una mañana el coraje lo invadió en el baño. De un puñetazo rompió el espejo del botiquín. Curiosamente, no hirió su mano. Fluyó la sangre de su rostro fragmentado.

La fe de un náufrago


Una botella de vino fue arrastrada por el mar a la orilla de una playa turística. A punto de colocarla en la basura un rescatista, un niño le advirtió que no lo hiciera porque tal vez un genio podría estar atrapado.
El rescatista sonrió y en su intento por demostrar la inexistencia de seres mágicos, le quitó el corcho al envase. Del casco vacío salió el grito de auxilio de un náufrago atrapado en una isla desierta.